miércoles, 4 de enero de 2017

Crisis.

 Voy en auto. Llueve. En mis oídos suena Luna Herida, de Carajo. Como maneja mi viejo, no presto mucha atención al lugar. Miro por la ventana, pero sin ver. Esta abierta porque no me importa mojarme, quizás así me sienta un poco más viva. 

 Frenamos en un semáforo. Eso me hace volver en mí misma y darme cuenta de que estamos frente a una plaza. Darme cuenta de que estamos frente a la plaza a la que me acompañabas a esperar el bondi a las 22:00 en punto de la noche. La plaza en la que veíamos todos los domingos al pibe que iba a correr con su perro. Esa plaza que no llegamos a disfrutar más de una vez, cuando fuimos a tomar unos mates casi fríos a las 7 de la tarde porque yo insistí. La misma plaza que esta a la vuelta de la que, por un tiempo, fue tu casa. Y ahí me vienen a la mente recuerdos de todo tipo, pero trato de no pensarlos demasiado. En vano, si en mi cabeza ya se empezó a reproducir una película sobre cada cosa que hacíamos. Y es tan larga como las que mirábamos sólo hasta la mitad, porque no aguantábamos estar tan juntos y no hacer nada al respecto. Verbos terminados en -ar, -er, -ir. Verbos que ahora están en pretérito imperfecto (pero qué perfecto fue). Cosas que no tiene sentido nombrar porque no estas acá. Porque esos verbos jamás van a ser futuro.

 Te admiro porque, hasta no estando, seguís inspirándome. Y es una lástima, también con vos están mis ganas de escribir. No muy lejos, pero ya no me visitan. No soportaron mi dolor, mis quilombos, y acompañaron tu decisión.

 Cuando me doy cuenta, no es precisamente la lluvia la que me moja la cara.

 Suena Crisis, de Las Pastillas del Abuelo. Aumentan mis ganas de ahorcarme con el cable de los auriculares, pero no la cambio. Me gusta que la música coincida con el momento, aunque sea un momento de mierda.

 Llegamos. Reacciono justo para prestarle atención a la última frase del tema. "El tiempo nos dirá que así estuvo bien", canta Piti, y yo hago un esfuerzo por creerle.

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