lunes, 18 de enero de 2016

Si algo callé, es porque entendí todo.

 Las palabras. Qué tema difícil. Parece lo más normal del mundo, pero en realidad hay tanto que decir de ellas. Te cortan como el borde de una hoja de cuaderno vieja: rápido, casi sin darte cuenta, y cuando volves la mirada a ese lugar que te estaba incomodando desde la última vez que escribiste ves la sangre: reducida, finita, como un hilo; igual que el corte, impredecible, sólo vos lo notas. Pero lo que parece imperceptible te duele. Arde, molesta, agobia. Es casi imposible describir a los demás lo que sentís, y más imposible es que te entiendan. "Exageras" es la respuesta que seguramente recibís. Claro, ¿qué saben ellos lo que te duele? Y más aún, ¿qué saben qué (o quién) te causó eso? Porque el dolor depende mucho del objeto o el ser que te lo provoca. No obstante, siguen obstinados en que todo lo extremas para tener un poco de atención. Se equivocan.

 Ojalá entendieran que lo que te duele no es el corte, sino el medio por el cual se produjo ese corte. Ojalá entendieran que no te esperabas esa traición de algo que amas tanto y que creías que te amaba de igual modo. "¿Será porque escribo muy fuerte y lo lastimo cada vez que lo plasmo con tinta? Es una forma de devolverme el dolor. Pero yo le confío todo, eso lo hace importante para mí. ¿No pudo darse cuenta y tenerlo en cuenta? Intento contarle mis penas y broncas de la forma más suave posible, ¿por qué no busco una manera igual de suave?" Si no lo podes comprender ni vos, mucho menos lo harán los demás.

 Por lo menos sabes que estas preparada para lo que se viene: una vida llena de cosas y personas que, a pesar de aparentar amor, confianza y sinceridad con vos (y algunas veces realmente lo sienten), llega un momento en el que muestran otro lado en el que no les importan más que sus emociones y necesitan expresarlas de la peor manera posible, sin trabas ni frenos, sin inconvenientes, simplemente te lo dicen. No estoy a favor de camuflar los sentimientos y herirnos a nosotros mismos para no herir a los demás, pero medir nuestros términos y pensar dos veces cuáles vamos a usar es una buena opción y una virtud que pocos tienen, a diferencia del arma mortal que sí tenemos todos: las palabras.